Ecosofía: Por un México libre de transgénicos

El jueves y viernes de la próxima semana se realizará en un conocido hotel de nuestra ciudad y organizado por la Semarnat y la Senasica, el Foro Nacional sobre Organismos Genéticamente Modificados en la Agricultura 2010. En este ensayo pretendo presentar las opiniones que algunos de los integrantes de la comunidad científica han sostenido sobre el asunto.

En primer lugar, permítanme citar a la doctora Elena Álvarez Buylla, investigadora del Instituto de Ecología de la UNAM y miembro de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS), quien nos ofrece los antecedentes de la cuestión: “desde su aprobación para la venta comercial (1996), los cultivos transgénicos se han presentado como desarrollos estables y confiables bajo cualquier circunstancia (climática, ecológica, agrícola), con el supuesto de que son equivalentes a sus contrapartes no transgénicas, además de que pose en características ventajosas determinadas por el efecto de uno o pocos genes” (Transgénicos: ¿ciencia? Y ¿para quién?, UCCS, mayo 2010).

Esto ha dado lugar a que varias empresas transnacionales hayan obtenido permisos para establecer campos experimentales de maíz transgénico en el norte y noroeste de México. En consecuencia, apareció una muy importante discusión acerca de si deben permitirse dichos cultivos experimentales. Hace apenas un año la Ceccam-Red en defensa del maíz, Greenpeace-México y Semillas de Vida solicitaron a las autoridades federales revocar tales

permisos para la siembra de maíz transgénico en nuestro país.

Pero dicha discusión no se restringe a nuestro territorio. A principios de este año Jean Foyer -miembro del Centro de Análisis e Intervenciones Sociológicas de l’École d’Hautes Etudes en Sciences Sociales francesa y gracias al mismo ganador del Premio Le Monde a la investigación universitaria- realizó un exhaustivo análisis de la situación socioeconómica, así como política y ambiental precisamente de la biotecnología relativa al cultivo del maíz transgénico en México (Il était une fois la bio-revolution, Érase una vez la bio-revolución, PUF, París, 2010).

En tal estudio Foyer señala que realizó su investigación en nuestro país pues “El maíz transgénico representa una de las aplicaciones más ampliamente difundidas de las biotecnologías a nivel mundial y, en México, por el hecho de ser Centro de origen del maíz [fue en Mesoamérica, y en particular en la región de Oaxaca, donde se domesticó el Teozinle, antecedente del maíz actual] y lugar donde esa planta juega un importante rol cultural, fue limitada, desde 1998, la entrada de dicha producción”.

El estudio del doctor Foyer, sin embargo, al haberse concluido antes de las últimas medidas tomadas por las autoridades de nuestro país, considera que las instituciones mexicanas habían frenado la entrada del maíz transgénico (p. 181ss). Desgraciadamente, como sabemos bien, desde octubre del año pasado la Sagarpa y la Semarnat (con la anuencia Inifap y la Senasica), aprobaron la implementación de una veintena de campos “experimentales” de maíz transgénico en granjas del norte y noroeste del país (la mayoría de Monsanto, otras de Dow Agrosciences y Pioneer) arguyendo que esa región ya no es “Centro de origen del maíz”.

Sí, estimado lector, estoy diciendo que la Sagarpa y la Semarnat concedieron dicho permiso a la mismísima empresa Monsanto, la creadora del agente naranja, ese que fulminó la tierra durante guerra de Vietnam y que envenenó y causó mutaciones genéticas no sólo a losvietnamitas sino a los propios hijos de los soldados americanos que lo manejaron; la misma Monsanto que claramente mintió al indicar que su herbicida Round up era 100 por ciento biodegradable y amigable con el medio ambiente, descubriéndose poco después que era mutagénico y ecocida (Marie Monique Robin, Le monde selon Monsanto, París, 2008).

Y si, también le concedieron el permiso a la sección Agrosciences de la mismísima Dow Chemical, esa que surtió a la armada americana del napalm contra Vietnam y cuyo afiliado Union Carbide fue el responsable directo de la fuga de gas tóxico que costó la vida a millares de hindúes en Bhopal.

Esas son dos de las “confiables empresas” a las que la Sagarpa y la Semarnat han aprobado los permisos para sembrar maíz transgénico “experimental” en México.

Nuestras autoridades no aprecian el enorme riesgo que tales permisos implican para nuestra soberanía alimentaria. Desconocen, o pretenden olvidar, el caso de Percy Schmeiser, ese campesino canadiense que fue acusado por Monsanto de sembrar sin su autorización su Colza transgénica (es decir, que no la había comprado a la transnacional), a lo que Schmeiser arguyó que él sólo hizo lo de siempre, es decir, recogió las semillas de las mejores plantas y las sembró, que no podía saber que estaban contaminadas por las transgénicas de los campos vecinos.

El hecho es que Monsanto demostró que la sembrada era su semilla transgénica y ganó el juicio (Cfr. Schmeiser, P.; World Watch, La vida en venta: transgénicos, patentes y biodiversidad, Heinrich Böll, México, 2002).

Y si eso ocurrió en Canadá… ¡qué no puede ocurrir en nuestro México donde las grandes corporaciones reinan, donde el gobierno les condona impuestos y les otorga beneficios fiscales con tal de que “generen empleos” y “arriesguen su capital”! Como si sus negocios no

fuesen inversiones que pretenden ―y logran― generar ganancias muchas veces superiores a

sus inversiones.

Como bien indica Álvarez Buylla, es un grave error sembrar maíz transgénico en nuestro país pues las esporas de tales cultivos no tardarán en contaminar otros sembradíos, generando que México se ponga en un enorme riesgo pues la variante transgénica, más resistente e invasiva, no tardará en apropiarse de todo el terreno.

Nuestras autoridades y sus asesores no se dan cuenta —o no quieren hacerlo— del bioimperialismo presente en dichas prácticas. Las grandes corporaciones biotecnológicas, gracias a la modificación de las leyes y a la bastante reciente posibilidad de patentar la vida, han logrado vencer a la competencia que representaba el hecho de que la naturaleza regalaba

sus mejores semillas a los agricultores.

Y, como indica la doctora Álvarez Buylla, los cultivos transgénicos de las grandes transnacionales están diseñados para vencer a los autóctonos: “estudios empíricos y teóricos han demostrado que una vez que se introduce un nuevo gen (o transgén) en una población, éste puede permanecer en ella por largos periodos, incluso en casos en que dicho gen no dé ventajas a la planta receptora (mayores niveles de supervivencia, reproducción o preferencia por parte de los agricultores). Pero si es un gen que aumenta las probabilidades de supervivencia o reproducción de un cultivo, su frecuencia aumentará.

También se ha documentado con insistencia que la liberación de transgénicos al ambiente puede dar lugar a la aparición de supermalezas, nuevas plagas resistentes, efectos nocivos en organismos que no eran objeto de la biotecnología y disminución de la biodiversidad. En cuanto a los efectos en la salud, hay pocos estudios independientes de los realizados por las corporaciones que promueven el uso de dichas tecnologías. Pero análisis recientes de científicos austriacos muestran que los transgénicos pueden tener claros efectos en detrimento de la viabilidad de las crías, en estudios con ratas alimentadas con transgénicos por varias generaciones.”

Gracias a la Sagarpa y la Semarnat está abierta la posibilidad de que el acceso a las semillas sólo pueda pasar por las manos de las grandes semilleras transnacionales.

Dichos organismos apoyan el sueño de las grandes corporaciones biotecnológicas: vencer a la naturaleza y evitar que la vida, de manera gratuita, se reproduzca y alimente a la biosfera, los

humanos incluidos.

El libro de Jean Foyer antes citado devela con claridad la lógica perversa en juego: bajo la careta de la defensa de la propiedad intelectual del científico (que las “nuevas” semillas transgénicas tengan “dueño”), lo que se oculta es la codicia, el interés de las grandes corporaciones biotecnológicas para defender sus ganancias, para controlar el mercado. Esa lógica está perfectamente clara en sus semillas GURTS (siglas en inglés de la Tecnología de Restricción de Uso Genético), es decir, esas semillas denominadas “Terminator” por sus críticos y que no permiten sino una sola cosecha, es decir, que no posibilitan la recolecta de la mejores pues son inviables y a las que, a causa de la enorme movilización mundial, el gobierno americano no pudo sino retirarles la patente.

Las grandes corporaciones biotecnológicas, asimismo, pretenden que las ganancias reposen en muy pocas manos: “Más allá de las implicaciones medioambientales, las decisiones tecnológicas y la elección de variedades realizada por Monsanto, DuPont, Syngenta, Bayer o Limagrain tienen consecuencias directas sobre los modos de producción agrícolas y sobre la

alimentación de una buena parte de la humanidad.

Es, en efecto, cada vez más difícil encontrar semillas que se encuentren fuera de los circuitos controlados por tales corporaciones, lo que limita la diversidad agrícola. Ahora bien, de tal diversidad depende directamente otra diversidad, la de la alimentación humana. La concentración, en unas cuantas corporaciones, de las semilleras limita la soberanía alimentaria en el sentido que reduce drásticamente el tipo de variedades susceptibles de ser

consumidas” (Foyer, p. 57). Y todo esto con el apoyo de los biotecnólogos.

Para Foyer, así como para Álvarez Buylla, es muy evidente que hasta la ciencia misma se pervierte cuando se somete a las leyes del mercado pues, al subordinarse a la lógica de la ganancia económica (la de las grandes corporaciones), pierde su objetivo básico: la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos:

Las biotecnologías parecen, en efecto, caracterizarse por la dominación, en última instancia, de la esfera económico-financiera y su lógica de rentabilidad […]. Todo el espacio socio-medioambiental tiende a estar subordinado, orientado y regido por las leyes del mercado” (Foyer, p. 60).

Para decirlo en los términos de la situación de nuestro maíz: cuando todo el maíz del país esté contaminado por el de tales corporaciones biotecnológicas, ellas no tardarán en acusar a nuestros productores de robo como hicieron con Schmeiser. Entonces los campesinos no tendrán otra opción que comprar sus semillas transgénicas. ¿Se darán cuenta los funcionarios de la Sagarpa y la Semarnat, así como los del Inifap y Senasica del enorme crimen contra la nación que están realizando?

Y para terminar me permito citar de nuevo a Álvarez Buylla: “Ha quedado científicamente demostrado que es imposible la coexistencia entre transgénicos y no transgénicos sin que estos últimos se contaminen. En todo el territorio nacional, incluido el norte, en donde se han hecho ya siembras “experimentales”, hay variedades nativas que corren riesgos. Queremos un México libre de transgénicos, con campesinos dueños de sus destinos y con tecnologías nacionales apropiadas a las condiciones de nuestro país. Queremos un México que no dependa de tecnologías patentadas por grandes monopolios que profundizan la dependencia

tecnológica, que no aumentan rendimientos y son inadecuadas para el campo mexicano. Esta

tecnología amenaza irreversiblemente nuestro ambiente, salud, germoplasma, cultura y

economía” (UCCS, 2010).

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